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Revista N°13

8 - Revista NUEVA POLÍTICA 13 - Oct/2012 La sociedad civil, aunque es un viejo concepto, todavía no acaba de cuajar en la arquitectura de la gestión de lo público. Sin embargo, en vez de desaparecer, cada vez toma más forma, más cuerpo y más incidencia en todas partes del mundo. La sociedad civil, como forma de personas organizadas en torno de intereses comunes que o bien no son resueltos por el Estado, organizando comunidades para oponerse a ejercicios despóticos del poder o expresándose contra los abusos del poder económico, ha sido fundamental en los proce- so de transición democrática en la vieja Europa del Este, y aunque no es muy evidente su presencia en los movimientos de la primave- ra Árabe, en general en todos los países se convierte en la voz de los que no tienen voz, que son las grandes mayorías. La sociedad civil se ha vuelto, a través de toda suerte de organiza- ciones voluntarias de las personas, en herramienta de denuncia de atropellos a los derechos huma- nos, las libertades, las más caras expectativas en democracia, en libertad e incluso en tendencias igualitarias. Así mismo ha am- pliado su esfera de influencia y presencia a través de centros de estudio, “tanques de pensamiento”, medios de comunicación, iglesias, entre otros. La sociedad civil sigue siendo una noción ambigua y disputada. Muchos tratan de apropiársela, muchos se sienten los “auténticos” representantes de la misma, casi siempre desde perspectivas de izquierda, por lo menos el América Latina. Sin embargo, gobernantes supuestamente de izquierda como Correa en el Ecuador, Chávez en Venezuela, Cristina en Argentina, desde el poder, la critican y desca- lifican y hacen todo lo posible por proscribirla cuando se convencen que no la pueden controlar. Lo que hacen entones es armar unas ONGs gubernamentales, maneja- das a dedo, conocidas ahora como las GONGOS, es decir ONGs del gobierno. El origen La sociedad civil surge del reco- nocimiento de la autonomía de los individuos, como ciudadanos y la capacidad de asociarse fren- te al Estado y el gobierno. Para Aristóteles era la koinonía politiké, identificada con el aparato político o estatal de la polis, opuesta la no- ción de “pueblo”. Para San Agustín era la societas terrestre, opuesta a la ciudad de Dios. A partir de 1438, Aretino empezó a usar el término societas civilis, que ya en el siglo dieciséis aparece como “sociedad de ciudadanos” y se le equiparaba por parte de los ingleses a la “sociedad política. Entre los estudiosos se identifican cuatro concepciones clásicas de la sociedad civil: la teoría liberal, hegeliana, marxista y gramsciana. (Salvador Giner 2004) Los filósofos liberales -Locke, Rousseau, Hume, Adam Smith (“sociedad civilizada”), Tocqueville, Mill y hasta Weber- consideraron la sociedad civil como una comu- nidad de individuos que habían entrado en relaciones permanen- tes y pacíficas entre sí, con el fin de conseguir sus propios intereses y satisfacer sus pasiones y senti- mientos. Hayek la considera una red espontáneamente desarrollada de relaciones entre individuos y las varias organizaciones que ellos crean, para la cual el Estado es un enemigo, salvo si está orientado a dejarla en paz. Así, el estado surge como consecuencia de la sociedad civil y se establece para garantizar su integridad. Por su parte, Hegel intentó cons- truir una demarcación entre ellas. Pretendió reconciliar el universalis- mo con los rasgos particularistas, si la sociedad civil es el reino de lo particular, que incluye lo egoísta, lo familiar y hasta lo tribal, entiende al Estado como la morada de lo universal afirmando que la esencia del Estado es la vida ética, ordena la concurrencia, reduce la guerra universal de todos contra todos, arbitra las querellas entre particu- lares e impone la forma objetiva de la ley. Sin embargo, Hegel siempre reco- noce explícitamente los derechos Sociedad Civil el quinto poder o el contrapoder global Portada

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