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Revista N°13

32 - Revista NUEVA POLÍTICA 13 - Oct/2012 C omienzo estos papeles aludien- do al último tercio del siglo XVIII, cuando se forjó nuestro mundo contemporáneo desde el punto de vista político, jurídico, y, en gran medi- da, económico. Parto de la base de que seguimos siendo hijos de la Ilustración y del pensamiento de hombres como John Locke, Montesquieu, el irreverente Voltaire y tal vez, sobre todo, del ejem- plo de la revolución americana. Las ideas que pusieron en circulación, el Estado que entonces diseñaron – autoridad limitada, poderes que se equilibran, constitucionalismo, parti- dos que compiten, alternancia en el poder, propiedad privada, mercado-- y las actitudes que preconizaron para sustituir al viejo régimen absolutista –meritocracia y competencia-- man- tienen todavía una vigencia casi total. Hoy no sólo las 30 naciones más exi- tosas del planeta se comportan, más o menos, con arreglo a ese modelo de Estado, sino resulta evidente que los países que abandonan los sistemas dictatoriales, generalmente opresi- vos y estatistas, como la URSS y sus satélites, tratan de desplazarse en la dirección del tipo de gobierno creado por los estadounidenses. Esa subordinación nuestra a una cos- movisión bicentenaria no debe sor- prendernos. Al fin y a la postre, toda- vía viven en nosotros, y le dan forma y sentido a nuestros juicios críticos, numerosos aspectos de las ideas de Platón o Aristóteles o los milenarios principios morales del judeocristianis- mo. Igualitarismo, desigualdades y darwinismo psicológico En consonancia con esta observa- ción, me atrevo a afirmar que el gran debate intelectual de Occidente en los dos últimos siglos gira en torno a las desigualdades económicas y a los diferentes desempeños de los indivi- duos y, por tanto, de las sociedades. Cuando en 1776 Adam Smith publica La riqueza de las naciones está in- tentando explicarse cómo y por qué ciertos países, y especialmente Gran Bretaña, han conseguido abandonar la pobreza. La aparición de la obra coincide exactamente con la divulgación de la Declaración de Independencia de Estados Unidos escrita por Thomas Jefferson, donde se establece la igual- dad esencial de todos los hombres. Dice el texto en uno de sus párrafos fundamentales: “Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsque- da de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consenti- miento de los gobernados”. Pero en ese fragmento tan conocido del famoso documento, radican los dos elementos que constituyen la mé- dula del problema. Por una parte, to- dos los hombres son creados iguales, mas por la otra, todos tienen derecho a la búsqueda de la felicidad. Sólo que la felicidad es un estado aní- Las falacias del igualitarismo Por: Carlos Alberto Montaner En memoria de Isay Klasse Visión global

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