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Revista N°13

Revista NUEVA POLÍTICA 13 - Oct/2012 - 53 más violentos, y que recibió críticas e información adversa a raíz de los saqueos y desmanes producidos justo después del terremoto, apa- rentemente fueron picos de violencia inusuales, resultado de la desespe- ración y de las necesidades insatis- fechas de los primeros días después de la catástrofe. No son situaciones que se mantengan hoy, dos años y medio después del sismo. Sin embargo, la amenaza de la vio- lencia siempre va a ser constante en la ciudad. Concentrada en Cité Soleil, una comuna que recoge entre 200 y 400 mil personas, es catalogada como el sitio más peligroso de la ciudad. Plagado de pandillas dedi- cadas a prácticas criminales, se ha ganado una reputación de tierra de nadie. Sus habitantes cuentan que del 2004 al 2007 la policía no pudo entrar, y cuando finalmente lo hicie- ron (2007), se atrevieron porque se sentían respaldados por las fuerzas de la ONU, sin embargo, el impulso les duró apenas una hora. No es violencia gratuita. Una zona de las más populosas de la ciudad, no cuenta con un servicio de alcantari- llado, y las autoridades calculan que sólo un 30% de sus habitantes cuen- tan con servicio de letrinas. Cité Soleil se ha convertido en la guarida de los peores criminales de la ciudad, acos- tumbrados a esconderse de delitos que van desde asalto a mano arma- da, hasta violaciones y secuestros. Sin embargo, apoyados por la MI- NUSTAH, desde el 2007 la población ha visto como las pandillas han per- dido parte de su poderío en la zona. Aparentemente, debieron dejar sus aspiraciones de autogobierno, reem- plazados por la presencia de solda- dos de la ONU. Pero sus habitantes saben que es una simple fachada, que realmente el crimen y las caren- cias son quienes gobiernan Cité So- leil y que mientras no se establezcan soluciones para mejorar la calidad de vida de sus habitantes, el barrio va a seguir en las manos de los mismos. Hacia el 2008, según informe de la ONU, Estados Unidos prometió una inversión de 20 millones de dólares para generar empleos en la zona. Todavía siguen esperando. No es sin embargo la única zona castigada por actos violentos de la capital. Solamente en el 2011 las autoridades reportaron 27 policías muertos por enfrentamientos con ciudadanos en distintas partes de la ciudad. Y en los meses más caluro- sos del año, entre junio y agosto del año pasado, el número de víctimas civiles ascendió a 698. En conver- saciones informales, los haitianos declaran como la política equivoca- da intentar solucionar con la fuerza y lo policivo, un problema que es más estructural y político que otra cosa. Mientras los habitantes no cuenten con una posibilidad real de subsis- tencia equilibrada, justa y legal, va a ser muy difícil erradicar el delito de la población. Curiosamente, los mismos habitan- tes, incluidos los de algunos de los pocos campamentos que aún se ven en la ciudad, aclaran que la per- cepción de violencia no ha cambia- do un ápice después del terremoto: “Los primeros días fueron complica- dos, pero hemos vuelto a lo mismo que se vivía antes de estar nosotros aquí”, cuenta una madre de familia de cinco niños que vive en uno de estos refugios, cercanos a Cité Soleil. Necesidades básicas Es difícil establecer una rutina en la Puerto Príncipe popular, cuando se es extranjero. Porque inevitablemen- te se va a contar con una serie de comodidades y pequeños lujos que evidentemente están vedados para el grueso de la población. Antes del terremoto, el programa de Alimenta- ción de las Naciones Unidas calcula- ba que 1,9 millones de personas es- taban “alimentariamente inseguras” lo que quiere decir que necesitaban ser asistidas por amenaza de ham- bre. Justo después del sismo, esta cifra se trepó a los 3 millones de per- sonas, la mayoría en la capital. Otros indicadores del mismo estudio indi- can que sólo un 50% de la población cuenta con servicio de agua potable. Después de la catástrofe, el número creció ostensiblemente –imposible de calcular.- y sólo ahora, dos años después, parecía haber regresado a las cotas previamente presentadas. El servicio de electricidad es inter- mitente y aunque hay zonas de la ciudad que cuentan con electricidad casi asegurada, muchos barrios, como los ya mencionados, sólo cuentan con el servicio algunas ho- ras al día. El tráfico de la ciudad dificulta e im- posibilita un flujo normal de trans- porte. Con un deficiente servicio de transporte público, los haitianos se acostumbraron a moverse en los pintorescos taptaps, camionetas adaptadas con cabinas prestadas de otros modelos mucho más grandes, donde pueden perfectamente atibo- rrarde8a12personas,enunespacio que normalmente resultaría cómodo para 4, máximo 6. Es un servicio de bajo costo, que suple las necesida- des de un transporte organizado e inexistente en la ciudad. Eventual- mente se ven taxis en las calles, de precios prohibitivos no solamente para los locales, en ocasiones, hasta para los extranjeros resultan impa- gables. Los carros entonces, dejan de ser pintorescos para convertirse en homenajes a la incomodidad y la lentitud. La ciudad ostenta bienes y servicios fuera del alcance de la población. Es posible encontrar supermercados con una oferta de productos con pre- sentación y precios de una gran ciu- dad norteamericana, que, evidente- mente, está creada para los sectores acomodados de la ciudad, turistas y extranjeros residentes. Lo curioso, es que las cifras por otro lado escan- dalizan: los hogares rurales gastan entre 60 y 70% de su ingreso en co- mida. La malnutrición crónica afecta al 24% de niños menores de 5 años, con posibilidad de llegar al 40% en zonas más pobres. El informe de la ONU apunta a que un 59% de la ni- ñez entre los 6 meses y los 5 años padecen de anemia (pero en algunos supermercados se consiguen be- bidas y golosinas que en el resto de América latina son considerados lu- jos o productos importados. Y en un restaurante de la zona de Petionville, una pizza mediana puede rondar los 25 dólares). Las posibilidades de contar con una

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