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Revista N°13

54 - Revista NUEVA POLÍTICA 13 - Oct/2012 alimentación completa y balancea- da, depende de estar al servicio de familias pudientes u organizaciones internacionales que eventualmente ofrezcan a sus empleados comida de buena calidad y cantidad ade- cuada. Pero a pesar de las múltiples tiendas informales de comida que in- vaden calles y andenes, no todos los haitianos se van a la cama con los “tres golpes” cumplidos. Del turismo y otras actividades Cuando se le pregunta a un haitiano cuánto tiempo duró el país en “arran- car” actividades otra vez, después del terremoto, a pesar de los distin- tos pareceres, ninguno se atreve a dar una cifra mayor de 15 días. “La gente no podía parar, había que se- guir la vida”, dicen. Algunos tienen la percepción, que al cabo de una semana ya se podía salir a la calle a intentar recuperar la cotidianidad. A pesar de sus carencias antes de la emergencia, Puerto Príncipe no pue- de ser considerada como una ciudad inmóvil. La gente sale a la calle a ha- cer lo que sabe hacer: la zona comer- cial incluye desde el comercio infor- mal más evidente (ropa usada, frutas y alimentos frescos ofrecidas por campesinos), hasta tiendas organi- zadas y formales. Las calles casti- gadas por un tráfico caótico y anár- quico, viven llenas de gente que se mueve al trabajo, al colegio, al banco, a sus actividades cotidianas. Si no se supiera que detrás de mucha de la gente que se cruza entre sí, hay un drama o una historia de necesidad y carencias, se pensaría estar en un país latinoamericano como cualquier otro, y no en el estado más pobre del hemisferio occidental, que ostenta la triste cifra de 80% de su población en pobreza, y un 55% debajo de la línea de pobreza de 1 dólar diario. Gracias a las montañas que rodean la ciudad, el calor no azota de la misma manera que buena parte de la isla. Sin embargo, aunque el mar queda a no más de 10 kilómetros del centro de la ciudad, llegar hasta la playa puede tomar más de una hora. Y la sorpresa para el turista, es que la zona marítima que baña Puerto prín- cipe, la bahía del golfo de La Gonave, no es propiamente la zona que se es- cogería para visitar. Rodeada de una deficiente infraestructura portuaria, la playa colindante con la capital está contaminada y mal sostenida des- de lo ambiental y lo turístico. Para ir a una playa recomendable para el turista, hay que alejarse de la capital entre una hora y hora y media por tierra, donde se pueden encontrar paisajes maravillosos, alejados de grandes desarrollos hoteleros, poco explotados y aptos para un turismo casi de aventura. Lo triste y complejo de esta situa- ción, es que siendo parte de la mis- ma isla que República Dominicana, potencia regional en playas e infraes- tructura hotelera, Haití no cuenta con una política sólida de desarrollo del sector, que podría convertirse en un alivio y una alternativa económica y laboral para todo el país, además de un posicionamiento interesante a ni- vel internacional. Si bien existen pe- queños infraestructuras de hotelería, y algunos proyectos de considerable tamaño en el mediano y largo plazo, hoy, el país no cuenta con la posibili- dad de ofrecer una sólida opción de turismo al público internacional, que sin duda, aprovecharía las condicio- nes ventajosas que encierra esta parte inexplorada de la isla. El estado fantasma Una de las conclusiones de un diag- nóstico básico de la problemática del país, apunta al papel pobre y débil del Estado en Haití. Es común entre la gente, la pregunta sarcástica y de desesperanza: “¿Cuál Estado?” Y no es una muletilla ni una queja gratuita generalizada. Es una sensación fácil- mente mesurable: no hay presencia del Estado. Desde los detalles evi- dentes y fácilmente comprobables (ausencia de policía, de autoridad en el tráfico, de capacidad de orga- nización en infraestructura), hasta lo macro: según testimonios de los ha- bitantes de Puerto Príncipe, la ciudad está tal cual se veía 15 días después del terremoto. No se ve una reconstrucción formal, un plan general que pretenda levan- tar y reconstruir; a veces se perciben lo que pareciera ser iniciativas pri- vadas individuales. Pero no hay una sensación de que la ciudad se está reinventando. No hace falta ir lejos para comprobarlo: el Palacio Presi- dencial, una construcción majestuo- sa e imponente, está exactamente igual que 15 minutos después del sismo, cuando televisiones de todo el mundo replicaron imágenes de una de las cúpulas vencidas sobre el cuerpo del edificio. Y no parece que hubiera planes inmediatos para su reconstrucción ni la de tantos sitios destruidos y vencidos por el terre- moto. Cuando se recorre la ciudad, se tiene la sensación que Puerto Príncipe es una ciudad en obra, pero una obra abandonada. No queda la sensación de un pueblo preocupado por levan- tar lo que el terremoto tumbó; pare- ciera como si se hubieran acostum- brado a seguir adelante con lo que tuvieran, con lo que la naturaleza les dejóenpie.Laciudadnoestádestrui- da, es cierto; tiene todo para seguir marchando en su día a día. Pero que- dan sitios con planchas de cemento caídas, con lozas de segundos pisos apiladas sobre las bases de las ca- sas, con todas las consecuencias apisonadas (hay quienes sostienen, que todavía hay cadáveres atrapa- dos entre escombros, y no existen certezas que los desmientan). No se ve una preocupación detenida en re- construir y volver a hacer lo que los 7 grados Richter les arrebataron. Con cierto orgullo macabro, las auto- ridades declaraban a los medios de comunicación, locales y extranjeros, que el 70% de los campamentos de damnificados se habían levantado ya. Pero hablando con la población que aún queda en algunos, cuentan que los que han evacuado no han sido reubicados, simplemente han entrado a barrer, a sacarlos a la fuer- za, en ocasiones con presencia de policía que apoyados en gases lacri- mógenos “desocupan” lo que queda de estos campamentos. Sin impor- tar qué suceda con sus anteriores ocupantes. Los que quedan, algunos grandes cerca a Cité Soleil, no parecen querer ser desocupados en el corto plazo.

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